El Real Zaragoza se ha convertido en una burda recreación de la última temporada de Falcon Crest. A casi ninguno, con una mínima responsabilidad dentro de las estructuras del club, ni de quienes pretenden tenerlas, le cabe una mínima preocupación que vaya más de allá de sí mismo. Todo son cálculos personalistas, bloqueos estratégicos, egos endiosados y lo peor: incapacidades silenciosas, se diría que unánimes, que ni hacen falta consensuar y -ya hace tiempo- no resultan discretas para nadie.