Fuera de foco

Cadena perpetua

El Real Zaragoza vuelve de Canarias con los deberes hechos. El partido del jueves, frente al Castellón, puede acabar con una pesadilla que casi acaba con 90 años de vida

Andy Dufresne es un banquero condenado a cadena perpetua por el asesinato de su mujer y el del amante de ésta. Poco a poco, se gana el respeto de los demás reclusos y la amistad de Red, que dirige el mercado negro de la prisión. Andy adquiere ciertos privilegios por resolver problemas fiscales a los guardias y al alcaide, a quien organiza una extensa red de corrupciones políticas. Andy se entera por otro recluso de que el verdadero asesino de su mujer está encerrado en otro penal, por lo que pide que se reabra su caso. El alcaide ordena entonces asesinar a este nuevo recluso para evitar la marcha de Andy y que salgan a la luz sus sucios negocios. A partir de ese momento Andy pierde todos sus privilegios, por lo que decide jugarse el todo por el todo y aprovecha los servicios que el alcaide todavía requiere de él para recuperar su honor y su libertad.

Al igual que Andy Dufresne, JIM ha necesitado armarse de toneladas de paciencia para quitarle los grilletes a un equipo que, allá por el mes de enero, parecía condenado al peor de los castigos. A diferencia de Andy, JIM ha tenido que trabajar a contrarreloj. Muy pocos veían la luz cuando arrancó el invierno y el técnico alicantino cogió las riendas de un conjunto agonizante, cuya nefasta primera vuelta le llevó a acumular varios entrenadores e infinitos disgustos, pero sólo trece puntos en el casillero. El pobre JIM llegó a la capital aragonesa sin privilegio alguno; debía obrar el milagro con lo puesto y empezar a cavar el túnel a pelo, ya que las caninas arcas del club no daban ni para un miserable martillo de gemas. Ante la falta de recursos, JIM se armó de paciencia. Como ningún camino asfaltado llevaba a Roma, tuvo que trazar un plan de urgencia, y a largo plazo, que permitiera al equipo avanzar a través de la maleza, aunque fuera de manera lenta y poco vistosa. Limpió de polvo la cabeza de los jugadores —mentalmente hundidos tras los primeros meses de competición—, les enseñó a competir de nuevo y les obligó a puntuar casi en cada partido (de los veintidós disputados, sólo en seis ha dejado de sumar puntos). Mimó a los jóvenes, recuperó a la vieja guardia y mantuvo en vilo a los menos habituales, para que pudieran aprovechar su minuto de gloria llegado el momento. Visto el resultado, lo hizo todo bien, pese a las críticas -pocas y sin demasiado fundamento- del siempre complicado entorno zaragocista.

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