José Mendi
ASCENSO 2024: UNA ODISEA QUE VA DESPACIO
Ahora sabemos por qué el monolito negro de la película de Stanley Kubrick en ‘2001: Odisea en el espacio’ era rectangular.
Un juego se convierte en deporte cuando sus reglas delimitan, de forma estricta, su desarrollo. Un deporte se transforma en una competición cuando se ejerce frente a rivales que persiguen el mismo objetivo. Ahora, si una competición degenera en estrictamente competitiva, se desvirtúa su práctica, ya que sólo se somete al resultado. En ese momento, los valores del deporte quedan a merced del negocio o los intereses particulares. Los niños y las niñas, en edades tempranas, socializan, se comunican, discuten y se divierten jugando. De pequeños, debido a la mezcla de ingenuidad y ocio, la diversión o el entretenimiento priman sobre las reglas. A partir de los seis años, se impone la ley del más fuerte, quien se adueña del balón o fija las reglas del juego para serlo. Tras la victoria en esa primera disputa, la criatura Alfa lanza el hemisférico al cielo. Mientras surca el espacio, esa pelota se ha transformado en un arma de pasión masiva que se apodera de nuestras emociones. Ahora sabemos por qué el monolito negro de la película de Stanley Kubrick en ‘2001: Odisea en el espacio’ era rectangular. La alegoría de esa figura, tomada de la novela de Arthur C. Clarke, representaba un campo de fútbol.
El deporte sin competencia es sano y necesario, fundamental para nuestro bienestar
El deporte sin competencia es sano y necesario. El ocio, la actividad física y recreativa, la recuperación tras una lesión o el simple mantenimiento de cuerpo y mente son fundamentales para nuestro bienestar. Los gimnasios no deben ser catedrales de musculación ni refugios de frustración. Hay maravillosas instalaciones públicas gratuitas en nuestro entorno, en nuestros parques, calles y pueblos. Existe la posibilidad de compartir experiencias deportivas y lúdicas en buena compañía, a todas las edades y de forma asequible. También debemos reconocer la positiva evolución del deporte adaptado que ha ampliado horizontes, tanto competitivos como integradores. De todo esto también trabajamos en psicología deportiva.
El sufrimiento nos pertenece. La ilusión también. Pero la dependencia adictiva nos esclaviza
Hablando de juego, tenemos que hablar de azar. Jugar es sano. Pero apostar es utilizar el deporte como excusa para perder un dinero fácil o caer en una adicción que, en casos graves, se convierte en una patología para el protagonista y en un suplicio para su entorno personal. Es más saludable la apuesta que hacemos cada temporada todos los zaragocistas con nuestra sobrehumana fortaleza cardiaca que la tentación de la ludopatía. El sufrimiento nos pertenece. La ilusión también. Pero la dependencia adictiva nos esclaviza al yugo de elementos ajenos a nuestro propio deseo. Triste.
Sin suerte, el fútbol sería una inteligencia artificial de probabilidades, tan apasionante como una batalla de ordenadores en una partida de ajedrez
En el deporte existe la suerte. Como en otras circunstancias de la vida. Sin suerte, el fútbol sería una inteligencia artificial de meras probabilidades. Verlo sería tan apasionante como asistir a una batalla de ordenadores en una partida de ajedrez. El problema no es tener o no tener suerte. En el fútbol la suerte se gestiona, no se tiene o se pierde según los augurios del destino. Hay elementos objetivos, en cada partido y en cada entrenamiento, que son totalmente subjetivos e incontrolables. Afortunadamente. No es una contradicción. Esta paradoja de la fortuna es lo que da coherencia a la lógica de tantas variables tan poco constantes.
Tras esa obra de arte, que inmortalizó como golazo del año, al jugador blanquillo ya se le conoce como ‘Goliaño’
¿Qué factores influyeron en el hecho de que el zapatazo de Bebé en Lugo no entrara por la escuadra? ¿La fricción del aire no encontró la suficiente resistencia tras el aleteo de unas aves en la zona? ¿Hubo un exceso de un centímetro por segundo en la velocidad de salida del balón tras el impulso del disparo? La idea de que podría haber cambiado el signo del encuentro pertenece a la filosofía del ‘Ysismo’. Podríamos seguir así. Y si Giulano hubiera optado por la anticipación o el recorte en su soledad frente a la portería vacía del Málaga, ¿nos hubiéramos traído igualmente tres goles en contra como tres ‘costadelsoles‘? Pero claro, todo Ying tiene su Yang. ¿Qué probabilidad había de que el rebote del balón junto a las piernas de los jugadores del Leganés, que intentaban frenar el avance del Cholito en su slalom hacia la portería rival, le hiciera seguir junto a las botas del delantero maño para materializar la belleza de su tanto? Tras esa obra de arte, que inmortalizó como golazo del año, al jugador blanquillo ya se le conoce como ‘Goliaño‘.
El asistente tecnológico del árbitro en Huesca fue el VAR 9000, ya que se comportó igual que el maquiavélico HAL de la odisea espacial
La suerte existe en cada partido, en cada jugada y en cada temporada. En la medida en que la extensión del tiempo se alarga, la media de probabilidad de sucesos relacionados tiende a equipararse. Nadie diría que el Zaragoza ha tenido mala suerte, de forma permanente, los últimos diez años. Ni mala pata en la decisión arbitral que confundió a un Zapater exculpatorio con su zapatazo ‘expulsatorio’. El problema es que el asistente tecnológico del árbitro era el VAR 9000, ya que se comportó igual que el maquiavélico HAL de la odisea espacial. La errónea decisión del colegiado consistió en relacionar dos hechos independientes, como si compartieran genes comunes Pulido y el ejeano. Un error muy humano es mezclar la correlación con la causalidad. Veamos un ejemplo. La última década ha sido la más calurosa desde que se registran datos de las temperaturas. Y ha coincidido para nuestro equipo con la etapa más abrasadora en el infierno del fútbol profesional. Según esta correlación, podríamos deducir que el cambio climático es la causa de que sigamos en Segunda. Y no parece que la sensación de asfixia futbolística esté relacionada con la temperatura del mercurio en La Romareda.
A la suerte no se le reta, ni se le busca, ni es posible huir de la misma. Con la suerte se convive. A favor y en contra
La ansiedad de jugadores y entrenadores se manifiesta cuando se pide un cambio de fortuna para que cambie la suerte. Es un círculo vicioso que se repite muy a menudo en todas las categorías y situaciones. Esa dependencia de los factores incontrolables hace que se descontrole lo estable. A la suerte no se le reta, ni se le busca, ni es posible huir de la misma. Con la suerte se convive. A favor y en contra. Sabiendo que forma parte del juego y que pertenece al deporte. Carcedo cambió el banquillo como el que cambia de amuleto. La realidad le cambió a él, pero no al equipo. Los maños tienen más que sortear que ‘suertear’ en una temporada más agónica por aburrimiento que por sufrimiento. Es posible ganar sin jugar bien. Los aficionados podemos salir contentos tras una victoria sin fútbol y abandonar el campo cabreados tras una tarde brillante con un mal resultado. Pero hay una evidencia irrefutable. No es posible jugar bien sin divertirse. La afición es empática con el equipo y el conjunto maño responde siendo ‘empatico’ (sin tilde) con el balón. Hay partidos que no se disputan, sino que transcurren, como si el matrimonio de los jugadores con la pelota consistiese en pasar el tiempo como sea: aunque siguen casados con el balón, el amor ha sido sustituido por la rutina. En Huesca sufrimos más por lo que vimos que por lo que vivimos. Este Zaragoza juega de lado y se mantiene erguido con la fe que le presta la afición, ya que él cree poco en sí mismo. Si los fieles confiamos más en nuestro templo que sus propios sacerdotes, la iglesia del club tiene un problema. Claro que igual no todos prefieren subir a los cielos sino disfrutar de los placeres urbanísticos terrenales.
Si los fieles confiamos más en nuestro templo que sus sacerdotes, la iglesia del club tiene un problema. Ascenso 2024: una odisea que va despacio
En resumen, a este Zaragoza le falta convicción porque carece de proyección. Para tener autoestima se necesita identidad. Y seguimos sin saber si vamos o nos dejamos llevar. Como Ketama, los seguidores sabemos lo que queremos. Y no es seguir un año más deambulando por una categoría a la que pertenecemos, aunque creamos que sólo estamos de paso. Nuestra película es más especial que espacial: ‘Ascenso 2024: una odisea que va despacio’. Dicen que la mala suerte no dura más de un siglo. Pero diez temporadas ya sabemos que sí. Nos quedan noventa para tener algo de suerte. Como dice el refrán: “No hay mal que cien años dure», aunque sí lo resista el cuerpo de un zaragocista.