Desde la modestia quiere reconocer Reija que aquel gran equipo “no se explica el porqué pero no rendía igual fuera de casa, sobre todo ante equipos leñeros”, para alcanzar a ganar la Liga. También añade, con pesar, que aquella generación de genios (el sustantivo lo añado yo) debiera haber tenido mayor recorrido en años y se acabó demasiado pronto.
Y con ello participa de la ingenuidad colectiva del zaragocismo y de sus tópicos más extendidos. Hasta literatura existe defendiendo semejantes misterios sin resolver. Acojan ustedes a un zaragocista de los de entonces y, apoyados en la barra de un bar, sométanse a la sufrida y reconocida flagelación en modo escucha.
Evidente parece la respuesta: eran muy buenos, tanto como el Barcelona o el Madrid o, para muchos que los vieron, aún mejores y el mejor equipo de Europa. Aquellos dos, como hoy, como siempre, disponían de dobles equipos titulares similares o con buenos recambios como para soportar cualquier encerrona plantando cara y sacando ese punto necesario. Mientras, sus figuras descansaban músculos y protegían articulaciones.
Y al fin se le escapa. “Me retiré con 29 años, tras dos operaciones de rodilla, y es que jugaba por cariño al club, tras los partidos la tenía hinchada y… a volver a jugar”. Ahí está. Similar historia que la de Lapetra. Que se acabaron pronto, se dice… demasiado duraron, diría yo.
En esa época no existían los cambios. El lesionado se quedaba arriba a ver si cazaba “el gol del cojo”, como explica. Piense ahora el lector lo que fueron esos 347 partidos en 10 temporadas, dos de ellas medio perdidas, con la única ayuda del mítico Andrés Magallón y un caldero de agua caliente para ir tirando. No cotizarían a la par ni 500 partidos de los que algunos suman ahora, muchos de ellos a través de minutos testimoniales, y pudiéndose recuperar de sus dolencias con avanzadas y mimosas tecnologías. Sirva el envite para valorar las 24 internacionalidades haciéndose un hueco, cuando un partido de selección era evento que paralizaba un país y el elemento de debate era cuál de los dos de siempre aportaba más jugadores.
Estos lo jugaban todo, y el resto de la plantilla (ojo, porque se contaba con algunos buenos jugadores) no alcanzaba su excelente nivel como para darles un relevo de las mismas garantías. Un gran equipo titular que se desgastó por su elevado uso, lo normal al tener que echarle valor donde otros echan dinero, como dicen los de La Ronda.
Por no hablar de la leyenda del Real Zaragoza que en todos campos querían ver en directo: habían pagado para ello y no se consentía que por allí no aparecieran los yeyés más de moda de los 60. También eso forma parte del prestigio de la marca que acuñaron Reija y sus compañeros, pues siempre actuaban las estrellas genuinas tanto en los mejores campos de Europa como en los más humildes. Aunque fuera para, de vez en cuando, recibir un paraguazo. Y así su autor haya tenido el honor de poder presumir de ello para los restos.
Lo que ves, es. Como se dice ahora sobre los alimentos de Aragón.
¡Quién lo hubiera visto!
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Desde la modestia quiere reconocer Reija que aquel gran equipo “no se explica el porqué pero no rendía igual fuera de casa, sobre todo ante equipos leñeros”, para alcanzar a ganar la Liga. También añade, con pesar, que aquella generación de genios (el sustantivo lo añado yo) debiera haber tenido mayor recorrido en años y se acabó demasiado pronto.
Y con ello participa de la ingenuidad colectiva del zaragocismo y de sus tópicos más extendidos. Hasta literatura existe defendiendo semejantes misterios sin resolver. Acojan ustedes a un zaragocista de los de entonces y, apoyados en la barra de un bar, sométanse a la sufrida y reconocida flagelación en modo escucha.
Evidente parece la respuesta: eran muy buenos, tanto como el Barcelona o el Madrid o, para muchos que los vieron, aún mejores y el mejor equipo de Europa. Aquellos dos, como hoy, como siempre, disponían de dobles equipos titulares similares o con buenos recambios como para soportar cualquier encerrona plantando cara y sacando ese punto necesario. Mientras, sus figuras descansaban músculos y protegían articulaciones.
Y al fin se le escapa. “Me retiré con 29 años, tras dos operaciones de rodilla, y es que jugaba por cariño al club, tras los partidos la tenía hinchada y… a volver a jugar”. Ahí está. Similar historia que la de Lapetra. Que se acabaron pronto, se dice… demasiado duraron, diría yo.
En esa época no existían los cambios. El lesionado se quedaba arriba a ver si cazaba “el gol del cojo”, como explica. Piense ahora el lector lo que fueron esos 347 partidos en 10 temporadas, dos de ellas medio perdidas, con la única ayuda del mítico Andrés Magallón y un caldero de agua caliente para ir tirando. No cotizarían a la par ni 500 partidos de los que algunos suman ahora, muchos de ellos a través de minutos testimoniales, y pudiéndose recuperar de sus dolencias con avanzadas y mimosas tecnologías. Sirva el envite para valorar las 24 internacionalidades haciéndose un hueco, cuando un partido de selección era evento que paralizaba un país y el elemento de debate era cuál de los dos de siempre aportaba más jugadores.
Estos lo jugaban todo, y el resto de la plantilla (ojo, porque se contaba con algunos buenos jugadores) no alcanzaba su excelente nivel como para darles un relevo de las mismas garantías. Un gran equipo titular que se desgastó por su elevado uso, lo normal al tener que echarle valor donde otros echan dinero, como dicen los de La Ronda.
Por no hablar de la leyenda del Real Zaragoza que en todos campos querían ver en directo: habían pagado para ello y no se consentía que por allí no aparecieran los yeyés más de moda de los 60. También eso forma parte del prestigio de la marca que acuñaron Reija y sus compañeros, pues siempre actuaban las estrellas genuinas tanto en los mejores campos de Europa como en los más humildes. Aunque fuera para, de vez en cuando, recibir un paraguazo. Y así su autor haya tenido el honor de poder presumir de ello para los restos.
Lo que ves, es. Como se dice ahora sobre los alimentos de Aragón.
¡Quién lo hubiera visto!
Impresionante, Rubial!!
Como siempre