EL PIE INFINITO DE AZÓN

ALFONSO REYES @futbolgrafo

EL INFINITO PIE DE AZÓN

No hay mejor homenaje que el que te dedican en vida, pero bienvenidos sean los que rezuman justicia y merecimiento aunque lleguen tarde. La sonrisa feliz de la nieta -quizá bisnieta- de José Luis, buscando la mirada cómplice de algún familiar en el palco de autoridades, así como el gesto orgulloso del hijo del León de Torrero, mientras miraba la pelota y recordaba la leyenda de su padre futbolista, iluminaron con luz ultravioleta la previa de un partido que comenzó más feliz que ninguno y terminó como casi todos en estas últimas temporadas en La Romareda.

El día y la hora recordaron el fútbol de antaño. La grada lo disfrutó con gafas de sol, ropa todavía de verano y hasta cachirulos a modo casi de turbante. La Romareda volvió a lucir una muy buena entrada, pero se quedó sin la alegría de una tercera victoria -apenas dos en nueve jornadas-, apenas hubiera sido la segunda en casa, y con la preocupación de un equipo muy empeorado con los cambios de su entrenador a partir del descanso.

Iván Azón tiene un pie infinito para un futbolista (48’5), sólo comparable con el tamaño de su corazón. El Real Zaragoza ha sufrido la orfandad que supuso su lesión de principio de temporada y el canterano, por suerte para todos, ya parece cerca de su mejor estado de forma. Sólo pasaron un par de minutos cuando su viveza y la de Giuliano se encontraron en un saque de banda vertiginoso -que recordó al de Simeone padre en la final de la Copa América del 93 en Ecuador, ante México-. El aragonés definió con una vaselina sutil que  sorprendió a Tomeu Nadal. Golazo.

Giuliano celebra cada gol como si fuera suyo, independientemente de que lleven o no su firma final. Quizá porque eso es un gol: el triunfo y la alegría de todos, el objetivo máximo de un equipo en un deporte colectivo. El pequeño de los Simeone lo lleva tatuado en su ADN y lo demuestra en cada festejo. Él también marcó el suyo, en el añadido de la segunda mitad, aunque estuvo bien anulado por fuera de juego de Bermejo.

Si el Real Zaragoza pretende elevarse de la instrascendencia -y hasta del sufrimiento- esta temporada, debe hacerlo a lomos de esta pareja de potros salvajes. Y, por supuesto, de muchos otros ajustes por detrás de ellos. Pero que coincidan arriba se antoja básico para tener la cuota de amenaza necesaria para aspirar a ganar cualquier partido. Carcedo los juntó por primera vez en la punta de ataque y a los dos minutos ya estaban cobrando la primera factura.

Borja Bastón estuvo muy lejos de su mejor nivel y ese desacierto explica que el drama no se convirtiera en tragedia con una victoria visitante. Una pésima definición en la primera mitad, tras un error de medición de Jair, evitó un empate temprano: el VAR hubiera desautorizado el fuera de juego indicado por el asistente en caso de que su remate, solo ante Cristian, hubiera encontrado portería. Y en la segunda mitad, con todo a su favor y sin oposición pisando el área pequeña, la pelota se le enredó entre los pies intentando definir de primeras.

Cristian falló claramente en un balón llovido y envenenado por un primer despeje imperfecto de Manu Molina. No fue capaz de marcar el terreno protegido para un portero que siempre supone su área pequeña y Borja Bastón supo molestar lo justo para que su presencia no pudiese ser detectada como falta por el árbitro, ni por el VAR. El argentino reclamó, porque sintió que le tocaban el brazo derecho y ese contacto afectó a su acción. Es cierto que lo hubo. Más tarde, viéndolo repetido, comprobó que fue con su compañero Fuentes. Maldito fuego amigo.

Azón se retiró en el minuto 70, de manera inopinada cuando necesitas ganar el partido y marcar otro gol para ello. Todavía indignó más a la grada que su sustituto no fuera otro nueve –Gueye– y que el equipo pareciera perder filo arriba cuando más lo podía necesitar. Iván, como no podía ser de otra manera, fue despedido con la grada poniéndose en pie mientras rodeaba el perímetro del terreno de juego hasta llegar a su banquillo.

Quizá ésta sea la composición que más veces ha cerrado nuestros álbumes de partidos en La Romareda desde que arrancamos con la sección en el inicio de la pasada temporada. Los jugadores locales contrariados por un mal resultado y desesperados ante la pérdida de tiempo de unos rivales, que suelen dar por bueno empatar en sus visitas a la capital aragonesa, pese a la realidad del Real Zaragoza desde hace ya mucho tiempo. Eso habla de la grandeza de este escudo, pero su efecto no será eterno y la reacción ya sólo puede ser inmediata.

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