
Ni truco, ni trato

ALFONSO REYES @futbolgrafo

La extracomunitaria Halloween parecía la noche perfecta para acabar con este maldito embrujo que nos castiga con un empate tras otro desde hace casi dos meses. El plan era impecable: acudir disfrazados para que nuestra tuerta fortuna no nos reconociera y proponerle un trato. Pero no funcionó. Nos dio un caramelo nada más abrir la puerta, acaso para despistar, y nos castigó con el mismo truco que en Girona: un empate en contra en los minutos finales, que ahonda en el desánimo general y relega al Real Zaragoza a puestos de descenso.
El primer caramelo tuvo el sabor de los de antes -de los de hace tantos años que ya se cuentan en décadas-, cuando nuestro equipo era una apisonadora temida en todo el fútbol español y se sabía capaz de adelantarse nada más comenzar el encuentro. James disparó, el balón rebotó en el brazo pegado al cuerpo de un defensor y Nano Mesa, en posición correcta por media pulgada, remató en el área pequeña antes de que la pelota se perdiera por línea de fondo y se convirtiese en córner. Como las golosinas de nuestra infancia, el sabor volvió a los minutos y, gracias a que el VAR corrigió el fuera de juego decretado por el asistente, el canario y sus compañeros pudieron desfogarse en una segunda y desatada celebración.

Y apareció Petrovic. El gigante serbio pareció jugar el clásico de Lilliput. Por momentos, fue como aquel profesor -no de gimnasia, seguramente- que se animaba a jugar un rato con sus alumnos de primaria en el recreo y sólo dando tres pasos a cada lado cubría siempre la zona necesaria. Su superioridad con la pelota en los pies fue también llamativa. A los rivales les cuesta presionarle, porque saben que están abriendo la puerta de una línea de pase que él va a aprovechar. Y si no lo ve claro, también demostró ser capaz de conducciones poderosas y ganadoras. Quizá La Romareda echara de menos a Eguaras, especialmente al ver la alineación y en los minutos finales, pero su perspectiva sobre el fichaje y el rendimiento del balcánico seguro que es otra tras su exhibición táctica, técnica y hasta física: firmó varias coberturas notables a lo largo de los 90 minutos.

Las brujas en su noche parecían decididas a que el Real Zaragoza ganara su primer partido de la temporada en La Romareda. Sólo así se explica que el cabezazo de Camello -ya fuera de plano, puede que celebrando el empate que ahí no fue- no entrara. Apenas algún milímetro del balón botó sobre la línea de la portería aragonesa y el rápido manoteo de Cristian impidió que entrara. Quien haya tenido la ocasión de ver la acción repetida por televisión habrá apreciado el milagro de que esa pelota, de la manera que rebotó en el poste, no pusiera dirección inmediata hacia el fondo de la red.
El Mirandés se encaminó a vestuarios al concluir la primera mitad como tantas veces lo ha hecho el Real Zaragoza esta temporada: mirando al cielo y con una mezcla entre la incredulidad y la frustración. Parecíamos nosotros una noche cualquiera en casa en lo que va de campeonato, pero era el rival. Algo parecía estar cambiando aunque, como ya todos sabemos, terminó por no hacerlo. Ni hubo truco, ni hubo trato.

Por si hacían falta más señales durante la primera mitad para ilusionarnos con una nueva realidad, hasta James -la sorpresa más sobresaliente del once titular- firmó ahí una actuación más que apreciable. Además, aunque en este plástico escorzo quizá no sea donde mejor se aprecie, el nigeriano -a quien suele envolverle una sensación incesante de despiste- jugó hasta el descanso con una camiseta que no lucía el escudo del león. Soy incapaz de recordar un precedente semejante y, aunque Alberto Belsué -como buen delegado- estuvo intentando que se la quitara por otra que sí lo lucía, el árbitro no permitió el cambio hasta el intermedio.
JIM está bajo todos los focos después de esta racha de nueve empates consecutivos, que todavía sigue abierta y que cada vez pesa más en la moral de todos. Es muy probable que el Real Zaragoza no terminara ganando este partido, en el que todos los espíritus de la noche parecieron conspirar a favor durante la primera mitad, porque la responsabilidad de tener que vencer sí o sí atenazó al equipo durante la media hora final. El técnico se desgañitó dando órdenes y haciendo correcciones, pero lo cierto es que el equipo cada vez estaba más acostado en área propia y los últimos cambios tampoco parecieron los más adecuados para resistir en el contexto que el partido demandaba. Segundo pleito seguido que, en los últimos minutos, se deja escapar un triunfo que ya se necesita como respirar y donde se repite la sensación de que desde el banquillo no se intervino con precisión para ayudar a cerrar el marcador a favor.


Tras un buen inicio, el juego se fue espesando y los nervios invadiendo la escena. Se peleaba cada balón parado como si del Desembarco de Normandía se tratara. He rescatado esta imagen por lo fotogénico e improbable de la composición y porque parece imposible que el balón pase entre tantos cuerpos sin que ninguna cabeza sea capaz de desviarlo.

Odei, el central del Mirandés al que le rebotó el balón antes de ser rematado a gol por Nano Mesa, levantó el otro brazo y cerró el puño hora y media después, justo antes del córner que dio lugar al fatal empate de Brugué. El protagonista de esta FUTBOLGRAFÍA marca jugada, pero parece anticiparse al futuro y estar ya celebrando el mazazo que apenas quedaba unos segundos para que llegase.

Y en el espejo final de la incredulidad y la desilusión volvimos a aparecer nosotros. Nadie se lo terminaba de creer, ni quería ninguna interacción: miradas desenfocadas al infinito, comenzando a masticar una nueva desilusión, que estira a nueve la racha histórica de empates consecutivos y comienza a envenenar hasta el ánimo de los más pacientes. Ojalá éste sea el último álbum casero infeliz en mucho tiempo.
