NOBLEZA Y DOLOR

ALFONSO REYES @futbolgrafo

Este sexto álbum de Futbolgrafías sólo podía tener un punto de partida: el impresionante ambiente de fútbol que la afición del Real Zaragoza volvió a regalar en La Romareda. Entre todas las imágenes, me resultó especialmente simpática ésta: el lema ‘Nobleza y valor’ ha sido versionada de manera somarda y, por qué no, realista en esta bufanda por ‘Nobleza y dolor’. Quizá habría que adelantar algún año la fecha del inicio del sufrimiento, eso sí.

Como fotógrafo deportivo profesional desde hace casi dos décadas, he estado a pie de campo en muchos estadios y en muy pocos -en La Bombonera y en alguno más, quizá- la grada es capaz de generar y hacer descender a sus jugadores tanta electricidad como lo hace La Romareda cuando entra en ebullición. El himno a capella, con todas las bufandas estiradas -cada una exhibiendo una historia de amor propia- justo antes de que los futbolistas salieran del tunel de vestuarios, fue un momento para el recuerdo colectivo. Durante el partido, el ambiente nunca decayó y el equipo sintió ese apoyo incondicional en todo momento.

Ejercicio de natación sincronizada fuera del agua. La rivalidad moderna entre dos clubes que no habían tenido una historia común hasta hace muy pocos años y que ahora desatan la inquina propia de dos vecinos que coinciden en el mismo rellano del fútbol. Por suerte, nada pasó a mayores y todo quedó en postales como ésta, demasiado folclóricas.

Vada, por ser un híbrido enchufable a la energía que llega desde la grada, fue uno de los futbolistas del Real Zaragoza a los que más impactó el recibimiento. En la imagen, parece querer ubicar a algún familiar o amigo en su localidad. No se sabe si lo encontró, pero estamos convencidos de que aún le dura la carga emocional de todo lo vivido.

Hubo un partido dentro de la fiesta y tuvo poco de festivo. El Huesca propuso un encuentro en las trincheras, de presión alta y constantes interrupciones. Está imagen, con James y Gámez rodando una escena de Matrix entre cinco rivales, resume el nudo y el desenlace de lo vivido la noche del lunes.

El rostro desencajado de Cristian al sentir que el balón le había superado y se dirigía a portería, los ojos preocupados de Jair amenazando con despegar de sus cuencas y la única resistencia en pie de Chavarría para negarle un gol al Huesca, que anduvo -en especial, durante la primera mitad- rondándolo cada vez que sacaba un córner o una falta desde la frontal. La precisión de la zurda de Marc Mateu en los saques de esquina fue una pesadilla constante para un Real Zaragoza que, además de no poder contar con Francés y Francho, optó por salir sin 9 y restar aún más centímetros a su alineación.

Hasta aquí la sección Nobleza del álbum, abrimos la de Dolor. La vida tiene esos volantazos: cuando parece que llega el mejor momento, éste se tuerce. También sucede al contrario, aunque no sea el caso que nos ocupa. Siempre se ha considerado al penalti una pena máxima… para quien lo sufría. Hace ya tiempo que no se sabe para quién es; si bien es cierto que el Real Zaragoza se estaba mostrando mucho más fiable en esta suerte esta temporada. Quizá por ello, y por la alegría contenida que desata una revisión de VAR, el gesto de desahogo feliz de Chavarría y los brazos en alto de Eguaras, formando un molino incompleto con el del colegiado, cuando éste señalaba el punto fatídico… Fatídico fue.

Álvaro Giménez, quien revitalizó el juego del Real Zaragoza tras el descanso y fue el futbolista a quien le hicieron el penalti, asumió la responsabilidad. Suele ser una frase hecha, pero aquí cobra toda su dimensión: por el momento del partido, por la necesidad creciente de convertir en victorias los méritos acumulados, porque al equipo no le sobra gol ni mucho menos y porque él todavía no ha podido gritar ninguno con su actual equipo: el nuestro.

La responsabilidad era muy alta -decíamos- y los futbolistas del Huesca, sabedores de ello, crearon mucha tensión en torno al punto de penalti, una vez el VAR le dio su veredicto al colegiado. Lo tiró convencido y el golpeo fue casi perfecto. Imparable para Andrés, pese a haber acertado el lado y pese a su buena estirada. Pero apenas 15 centímetros bastaron para negarnos a todos la alegría e incluso, para no rebajar ni un grado su falta de empatía, el balón regresó de vuelta: lo bastante lejos para impedir un nuevo remate y lo suficientemente cerca para parecer burlarse de nuestra esquiva fortuna.

Por ancha y fuerte que sea tu espalda, por acostumbrado que estés a resistir y ganar pugnas ante centrales que te castigan las cervicales y calientan las lumbares; el peso de la tristeza, de la ocasión perdida, del dolor por lo que siempre parece que puede ser y todavía no llega, te termina doblando. Ojalá sea sólo momentáneo. Este equipo pronto se cobrará todas las facturas pendientes si todos -club y entorno- nos comportamos con la nobleza de su afición: antes, durante y después de cada encuentro.

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