BEBÉ, VIDI, VICI

José Mendi

BEBÉ, VIDI, VICI

Lo que ya suscita dudas, tal y como está el mundo, es que todas las personas sean humanas.

Los jugadores profesionales de fútbol son personas. Me reconocerán que llegar a esta elaborada afirmación sólo ha sido posible gracias a mi graduación universitaria en psicología. Con ese mismo rigor puedo afirmar que la mayoría de futbolistas son humanos, aunque algunos se comporten como alienígenas del balón. Lo que ya suscita dudas es que, tal y como está el mundo, todas las personas sean humanas. A los aficionados nos apasiona nuestro equipo y seguimos con detalle a cada uno de sus componentes que viven con las botas puestas. Pero antes y después de cada partido hay unos seres, con vida propia, que piensan, anhelan o temen por su presente y futuro.

La psicología deportiva se acerca, más a menudo de lo que parece, al contexto social en el que se desenvuelven los miembros de un equipo 

La psicología deportiva trabaja con jugadores, equipos y cuerpo técnico para mejorar el rendimiento competitivo, tanto individual como colectivo. Ahora bien, hay un debate interesante en la profesión sobre si es más eficaz nuestro trabajo como integrantes de la propia estructura de un club o a través de un apoyo particular y personalizado que puede demandar el futbolista al psicólogo de turno. Son visiones complementarias y no contradictorias. Lo que sí sabemos es que los futbolistas sólo pueden mejorar su competitividad si están en las mejores condiciones de equilibrio personal y social con su entorno. Nada que no sepamos de lo que ocurre a diario en cualquier trabajo. Por eso la psicología deportiva se acerca, más a menudo de lo que parece, al contexto social en el que se desenvuelven los miembros de un equipo profesional. De esto poco se habla y poco se debe comentar. Una cosa es que la esfera privada se deba respetar y otra, que no influya en el comportamiento particular. Todo ello sin entrar a valorar la repercusión social de conductas individuales que se desarrollan en público. Lo que daría para un debate más educativo que jurídico sobre quiénes a menudo son referentes para los chicos y chicas que aman el fútbol.

Nada funciona si en la vida de un jugador no existe un equilibrio en todo aquello que afecta a la persona, y no sólo al dorsal que luce en el campo

A veces, la psicología clínica y la psicoterapia son imprescindibles para que podamos trabajar sobre lo meramente deportivo. Es cierto que trabajamos los liderazgos, los subgrupos y los conflictos que en un vestuario, o sobre el césped, irrumpen en el rendimiento. Pero nada de esto funciona si en la vida íntima y social de un jugador no existe un equilibrio en todo aquello que afecta a la persona, y no sólo al dorsal que lleva sobre el campo. El tema es delicado, pero es lo que explica la mejora de un deportista tras una ayuda psicológica ajena al deporte. Del mismo modo que se mejora el bienestar personal tras una intervención en el área deportiva. Entre el cerebro individual y el futbolista hay todo un entorno social con el que hay que convivir. Las herramientas mentales para mejorar la adaptación, la autoestima y la confianza son imprescindibles para vivir, y sufrir, con la presión de un deporte al que le pesa demasiado el negocio. Y viceversa. Afortunadamente, incluso entre futbolistas de primer nivel, se ha normalizado la visita a un profesional de la psicología como una respuesta natural para ayudar al equilibrio personal y social del jugador, junto a la mejora de su rendimiento deportivo.

Tras una década en Segunda, hablar de la presión del ascenso me hace rejuvenecer el sufrimiento

Tras una década en Segunda del conjunto maño, hablar de la presión del ascenso me hace rejuvenecer el sufrimiento. Para que una tensión se transforme en presión futbolística, se requiere de un tiempo tan breve como intensa es la energía que acumula. En el caso del Real Zaragoza su presión ya es atmosférica. El problema de estos años es que nuestro equipo no ha sabido adaptarse a unos milibares de fútbol en los que se negaba a jugar. Siendo rebuscados, tenemos la presión de la no presión. Cada nueva temporada, el equipo del león hace una muda distinta para volver a comenzar con su eterno retorno. En vez de componer un equipaje que mejore o cambie las prendas más útiles, hemos optado por hacer cada verano una maleta diferente, camino de la residencia de los estudiantes de segundo. Nos matriculamos de nuevo cada año y el objetivo más favorable es el de repetir curso. Hay equipos que han descendido de su hábitat natural y supieron adaptarse a este nuevo escenario en el infierno. El caso de la Real Sociedad fue emblemático ante dicha circunstancia. Otros equipos se han convertido en botones de un ascensor que sube y baja. Y los más desgraciados se han despeñado por el tercer sótano tras ser engullidos por As Bestas de la Costa da Morte.

El mayor experto en fútbol se llama Charles Darwin. «Sin adaptación no hay evolución», sentenciaría el naturalista inglés.

El mayor experto en fútbol se llama Darwin. No hablo de Núñez, jugador del Liverpool. Ni del venezolano Machís. Me refiero a Charles Darwin. No es casualidad que el naturalista inglés viviera en primera persona el nacimiento del fútbol moderno en 1863. Sin adaptación no hay evolución, sentenciaría el autor de “El origen de las especies”. Futbolísticas, le faltó añadir a su obra cumbre. Su teoría no sólo ha contribuido a explicar la vida y su diversidad, sino que nos ha dado la clave de la mejora y la supervivencia en el reino animal y deportivo. Habitualmente se tiende a confundir el concepto de adaptación activa con el del camuflaje defensivo. La estrategia de ponerse de perfil requiere inteligencia. Utilizar la fuerza de otro en beneficio propio, como en el judo, exige habilidad. Si sólo queremos que nos trague la tierra, o nos consideramos tan vulnerables que nos plegamos a todo y a todos, más que una adaptación inteligente demostramos falta de criterio y personalidad. Un papel que describió a la perfección Woody Allen en su película Zelig (1983). El protagonista es un personaje tan débil que transmuta su físico y su personalidad en quien le rodea, con tal de agradar a su interlocutor, evitando así cualquier tipo de conflicto. La adaptación del equipo blanquiazul a sus medios y objetivos es la premisa fundamental para acometer la tarea del ascenso.

Si intentas dar garrotazos al estilo de la pintura negra de Goya, anclado en el suelo, es más fácil que un rival te acribille por varios flancos

La historia, las vicisitudes institucionales y económicas, así como el tiempo, son elementos que han dificultado el ajuste del equipo a unas circunstancias y a un patrón de juego. La misma flexibilidad adaptativa del Real Zaragoza frente al Andorra, que culminó con victoria, se le volvió en contra en casa con el Alavés, para caer con estrépito. Diríamos que el Zaragoza se liberó de los impuestos de la tensión en su juego, adaptando su esquema al juego del rival andorrano; y, sin embargo, se ahogó en casa defensivamente porque su comportamiento psicológico sólo le permitió un despliegue de la parte superior de su esquema. Si intentas dar garrotazos al estilo de la pintura negra de Goya, anclado en el suelo, es más fácil que un rival con menos pegada, pero más movilidad, te acribille por varios flancos.

El Real Zaragoza tiene más equilibrio emocional que racional. Algo es algo, porque lo que sentencia a un bloque es la fractura global.

Ya hemos definido en otras ocasiones al Real Zaragoza como a un equipo que se ha estabilizado en el desequilibrio. Sin duda, Escribá ha ajustado el equipo con la línea del horizonte de los 50 puntos. Pero su identidad sigue dando bandazos que, compensados, le sitúan de media en la misma pista de aterrizaje de la que despegó el agosto pasado. Hablando de psicología, el conjunto maño tiene más equilibrio emocional que racional. Algo es algo, porque lo que sentencia a un bloque es la fractura global. No hay más que echar un vistazo por Valencia o a nuestro próximo rival, el Málaga. Esa misma cohesión, entre lo cerebral y lo emotivo, es lo que impulsa un bloque al cielo de Primera, aunque tenga un presupuesto de alcantarilla.

Por mucho que se adelante por la izquierda, se gana cruzando la meta del gol. La escasez de extremos no se soluciona poniendo puntas por fuera

Los animales se adaptan a lo existente para evolucionar. En cambio, los ‘Homo Sepians’ somos una especie que promueve la adaptación de la realidad deportiva para mejorar la naturaleza del fútbol zaragocista. Será que ya no es posible superar la genética de la afición, pero sí la de nuestro equipo. Pensamos, comentamos y hasta jugamos a lo ‘Magnífico’ para demostrar lo buenos entrenadores que somos todos desde la grada. Porque está claro que a este equipo le sienta bien una pareja de atacantes. Porque echamos de menos a Marc Aguado con la camiseta blanquilla, desde el pasado verano, y alguien decidió que todavía no era el momento de pasar por el Pilar de la Romareda. Porque esa tendencia de tirar a banda a nuestros delanteros no es la mejor forma de aprovechar el rendimiento de su puntería. Lo hicimos con Narváez y lo estamos viendo con Bebé. Por mucho que se adelante por la izquierda, se gana cruzando la meta del gol. La escasez de extremos no se soluciona reconvirtiendo a los puntas en seres de cal exterior. Y no sigo, porque lo mío es más de cabeza que de piernas.

Los servicios de inteligencia creyeron detectar un OBNI (Obús de Bebé No Identificado)

La respuesta de este Zaragoza está en el viento, como nos dice Bob Dylan en su poema echo canción “Blowin´in the Wind”. La escuchamos en la ligereza de un perspicaz Pau Sans, que vuela mientras baila con el balón. La sentimos en nuestra piel con el silbido de cierzo que llevan los disparos de Bebé, mientras rompen la barrera del asombro. El fichaje de invierno viene de Cabo Verde y el de la incipiente primavera, de la cantera. La llegada del jugador cedido por el Rayo no ha podido ser más efectiva. En Andorra, contribuyó a elevar la tensión entre China y Estados Unidos, tras disparar más allá de la frontera local. Los servicios de inteligencia creyeron detectar un OBNI (Obús de Bebé No Identificado) que había alcanzado el espacio, tras salir de un país que no pertenecía a la Unión Europea. Como su exceso de velocidad no era detectable por radar alguno, los hombres de negro ya se habían dispuesto a entrar en acción. El tanto frente al Alavés fue una obra de arte que nos llevamos al recuerdo zaragocista para tapar la pesadilla del marcador. En resumen, dos goles como dos bemoles. Julio César apareció en el Coliseo futbolístico de Cesaraugusta, tras el triunfo del recién llegado, y sentenció: “Bebé, vidi, vici”. Tras finalizar el encuentro del pasado domingo, sentía cómo la esbelta estampa de Pau en su remate de cabeza y el brutal disparo de Bebé habían recuperado mi ilusión. No sé por qué, pero salí del estadio tarareando con una sonrisa la canción de “La bella y la bestia” (1991).

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